Gabriel Azorín nos brindó ayer la oportunidad de ver “Los Galgos” en su duración íntegra. El mediometraje, que ha pasado por una veintena de festivales pero con una duración recortada de 20 minutos, se pudo ver ayer en el IVAM «como nosotros la habíamos creado originalmente» dijo su director.

«Este es el montaje original, el que yo considero adecuado. La ECAM me obligó a recortarlo y así nació el “engendro” de veinte minutos que se estrenó en Valladolid. Eso ha supuesto que, aunque a la peli le haya ido bien, la versión buena prácticamente no la haya visto nadie» contaba su director para explicar el tortuoso camino que ha recorrido su film. Para él «es una sensación muy extraña que la gente conozca sólo tu trabajo mutilado».

“Los Galgos”  es una historia extraña e hipnótica en la que tres jóvenes después de una tremenda borrachera, deciden robar unos galgos para salir a “cazar”. Las comillas están bien situadas, puesto que ésta es la premisa de la que parte un relato cinematográfico que nada tiene que ver con lo que el espectador espera ver.

«La película sigue dos líneas narrativas: una es muy básica, muy liviana, la anécdota de unos jóvenes que se van de borrachera y por la mañana tienen la brillante idea de salir a cazar. Eso es lo mínimo que se tiene que contar».

En cambio,  su mediometraje, cuenta algo que no se ve a simple vista, y es que este relato, en apariencia simple, empieza con imágenes de la Primavera Árabe: «los protagonistas viven en un contexto, así que quería hablar de su época de sus preocupaciones e inquietudes dejándolo fuera de campo. En el momento en el que contextualizamos esta historia hablábamos mucho en todo el entorno sobre… -¿qué envidia, no? Que en otros sitios la gente estaba tomando conciencia de su poder como ciudadano, mientras en España, como la Transición fue como fue,  nunca hacíamos uso de nuestros derechos y deberes como civiles. Así que ellos son un reflejo de esa apatía, esa falta de voluntad para tomar decisiones».

A simple vista, lo que se ve es la naturalidad con la que “Los Galgos” fluye. Como si no asistiésemos a una película pensada y grabada. Sino a una realidad: «Los actores… no son actores, son mis amigos, la gente con al que estoy siempre. Así que los grabé como si no estuviese. Es decir, ellos hacían lo que querían, pasaban bastante de nosotros».

El hecho de que sus protagonistas participasen en la creación de la misma historia, la modificasen o la alterasen, dota a la historia de vida propia. Una historia cuyo significado y cuya capacidad sensorial, apunta a un director del que tendremos que seguir los pasos.

Texto: Francesc Miró
Foto: Ana Galán