|Carlos Madrid
8 de febrero
Conforme dejo el mercado del cine y ejerzo de espectador, me doy cuenta de la enorme audiencia que tiene este certamen y del gran trabajo que se ha hecho por apoyar al sector del cortometraje de TODO el mundo.
Las consecuencias han sido muchas: la ciudad está implicada y no sólo desde el ámbito oficial. Según los oriundos de Clermont, raro es el vecino que no ha ido al menos a una sesión del festival. La cinefilia se ha extendido como una enfermedad benigna, y por ello las salas se llenan todos los días (diez salas que proyectan siete sesiones por día cada una. con capacidades desde 500 hasta 1.800 espectadores. Y se llenan. ¡Todos los días!). Los clermontianos organizan su horario semanal en torno a las proyecciones que más les interesan. Mucha gente viene desde París y otras ciudades para pasar unos días aquí viendo lo mejor del cortometraje nacional e internacional. Además, acuden 3.000 profesionales del cine entre directores, productores, distribuidores, programadores, periodistas…
Es un placer ver cómo se VIVE el cine. Por parte de los espectadores, se comenta en todos los sitios y se debate sobre este o aquél cortometraje. Por parte de los profesionales, Clermont es un espacio de encuentro donde muchas conversaciones dan lugar al nacimiento de una película.
Espero no dejar de venir…
Y aquí mis dos preferidos de hoy:
El problema Voorman, de Mark Gill
Martin Freeman, conocido por unos como el protagonista de El hobbit y por otros como el Watson del nuevo Sherlock de la BBC, interpreta a un psiquiatra que debe entrevistar a un preso un tanto especial: se cree que es Dios.
La cosa no sería tan grave si no hubiera convencido al resto de la cárcel de que es Dios; y sobre todo, la cosa no sería tan grave si el preso… no fuera Dios…
En sólo 12 minutos se desarrolla una idea sencilla y sorprendente y unos diálogos absolutamente hilarantes. Sin duda, uno de los mejores cortos de la selección internacional.
Nuestros días deben ser iluminados, de Jean-Gabriel Périot
Y cambiando de registro, Nous jours, absolument, doivent être illuminés, de Jean-Gabriel Périot es algo más que un corto, un documental o un proyecto artístico. Pocos y sencillos elementos: unos altavoces colocados en el muro de la cárcel de Orléans. Alguien canta desde dentro. Alguien escucha desde fuera.
El tema, Chanson pour Pierrot, de Renaud, es un hermoso canto a la amistad que emociona a la improvisada audiencia cuando percibe que se trata de los propios presos, acompañados de un piano, quienes cantan para ellos, sin que unos puedan ver a otros.
A lo largo de 22 minutos cantan éste y otros temas, al amor, a la amistad y a las ganas de vivir, mientras sólo vemos planos cerrados de espectadores atónitos y admirativos.
Nuestros días… es sin duda objeto de reflexión: sin obviar que un preso lo es por sus actos, nos invita a pensar en qué es exactamente la privación de libertad; si implica la pérdida de autonomía, de la sensibilidad o de la capacidad de sentir. Los espectadores siguen con sus labios las canciones, clásicos de la música francesa, creándose un vínculo fugaz con ‘los de dentro’, y aplaudiéndoles tras un ‘concierto’ que les ha dado mucho en qué pensar.
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