Carlos Madrid |

Previendo la gran cola que podría formarse para ver la última película de Matteo Garrone, decidí ir muy pronto, pero tan pronto que llegué a la cola de la anterior película, Lawless, de John Hillcoat, que también compite en la sección oficial, así que entre esperar tres horas de cola y ver una película más, elegí lo segundo.

 

Lawless

O ‘Sin ley’, o ‘Fuera de la ley’, o ‘Los sin ley’… ya llegará el tiempo de las

Lawless

traducciones más o menos fieles cuando se estrenen por aquí. Al no haberme documentado sobre ésta, me alegré de ver nombres durante los créditos: Gary Oldman como secundario y guión de Nick Cave.

De hecho, es un guión y una puesta en escena que consiguen lo que no consiguió Enemigos públicos de Michael Mann. Lawless cuenta la historia de los invencibles hermanos Bondurant durante la ley seca en un pequeño condado de Virginia en los años veinte. Reina la omertà alrededor del negocio del alcohol clandestino. Se destila de forma casera en los alambiques do it yourself que tienen algunas casas. Los hermanos producen, distribuyen y son respetados. Nadie se mete con Forrest Bondurant el invencible, el machote, el tipo duro, ni siquiera cuando una autoridad, delegado de Chicago osa decirle cómo tiene que hacer las cosas en adelante.

El pulso narrativo apenas decae, y una escena en concreto denota una tensión contenida. El protagonista, Jack Bondurant, el pardillo que aspira a dejar de serlo, se encuentra en medio de una declaración amorosa que incluye una visita guiada a su amada, con cierto orgullo en el pecho, a su destilería clandestina. Mientras se dirigen a ella, la explosión amorosa se torna implosión cuando vemos que las autoridades que les persiguen rodean la casa, cortando para el espectador, pero no para los personajes, toda la ráfaga de sentimientos que están experimentando. Sentimientos opuestos. Catástrofe inminente. Momento perdido.

Sin lograr el resultado redondo de su anterior The Road, Lawless confirma a Hillcoat como un valor del cine independiente a tener en cuenta.

 

After the battle

Pese a las buenas perspectivas que ofrece una película egipcia que trate la

After the battle

reciente primavera árabe, After the battle decepciona en su tratamiento del tema, de los personajes y de sus relaciones. Se perciben constantemente costuras y fisuras, entre ellas, las buenas intenciones: la protagonista es una mujer desprejuiciada y políticamente activa. Pero las referencias a la plaza de Tahrir y los rodeos en su fallida historia de adulterio con un domador de caballos hacen aguas sin remedio.

Se salvan, sin embargo, las conversaciones que la protagonista tiene con hombres y mujeres en sendos grupos donde, con un rigor documental, éstos dan cuenta de su percepción sobre los acontecimientos de esa ‘primavera’.

Antiviral

Esta película forma parte de la sección ‘Un certain regard‘ (Una cierta

Antiviral

mirada). En la sala, y para regocijo y aplauso inmediato de los espectadores (empezando por mí), se encontraba el padre del director (David Cronenberg) y quien preside el jurado de esta sección, Tim Roth. Sigue esta pulsión por el famoseo, pero el merecido. Admiro a ambos desde que recuerdo La Mosca y Reservoir Dogs respectivamente, y el agradecimiento con un aplauso es lo menos que se merecen.

Brandon Cronenberg ha tomado buena nota de las lecciones de su padre. Antiviral es un ejercicio más que correcto de ciencia ficción con elementos sociológicos como la admiración de la fama y la voluntad de los fans de estar cerca de sus ídolos. El film propone una especie de ‘comunión biológica’ haciendo sufrir a los fans la misma enfermedad que ha sufrido su celebridad favorita. Esta extraña propuesta da una vuelta más a un futuro no tan lejano y a un producto que puede perfectamente llevarse a cabo, en la línea de los capítulos de la brillante Black Mirror.

 

Noche

Cuando quedo con una amiga que trabaja para una productora española, vamos a una fiesta de la playa a la que se supone estamos invitados. No son ni las 2 cuando llegamos y vemos que están desalojando el local (inevitable la comparación patria), así que nos tomamos algo en un bar cercano, unos cócteles nuevos al menos para mí (todavía no sé si me lo tomé como debía) y retomo mi camino a casa tras mi último día en el festival.

Me voy con la sensación de querer quedarme todo el festival, de poder exprimir más la programación (ahora que ya sé ciertos trucos), de haber aprendido mucho y de haber visto con mis propios ojos por qué éste es el festival.

Las aglomeraciones y las colas han sido la nota negativa; no podía ser de otra manera en un certamen que absorbe a tanta prensa y profesionales del cine de todo el mundo. Hay un elemento azaroso, el número de asistentes, que determina cuántos son los insatisfechos que se quedan fuera, que en ocasiones han (o hemos) sido muchos. Da la impresión de que debería aumentar el número de salas para dar cabida a todo lo que se les viene encima.

Mientras eso ocurra, la antelación en las colas y a la hora de conseguir las invitaciones es primordial. Una buena planificación equivale a una buena estancia en Cannes.