Carlos Madrid|

De rouille et d’os

Pues, con la lección aprendida, me he plantado dos horas antes de la proyección de De rouille et d’os (algo así como Óxido y huesos), la última película de Jacques Audiard que, sin ser de lejos la mejor de su autor (este tipo ha dirigido Un profeta y Un héroe muy discreto), puede decirse que es candidata a llevarse algún premio, al menos de interpretación. Audiard no añade nada nuevo a su estilo, pero el caso es que ese estilo es en sí algo nuevo dentro del cine de la última década. Destacan su pasión por la animalidad (de animales y de algunos humanos) y su recreación de los momentos instintivos de liberación de nervio, de violencia, de movimiento: los observa con una atención y delicadeza que consigue ese mérito del buen cineasta de engrandecer o dotar de sentido a momentos que de otra manera nos pasarían desapercibidos.

La historia de los dos personajes, complejos y con contradicciones como cualquiera, venga del estrato social del que venga, está aderezada con varios imponentes temas ‘disco’ además de ‘Wash’ y ‘The Wolves’, dos temas de Bon Iver que abren y cierran la película acentuando la fragilidad de unas vidas que no va a dejar de amenazar por mucho que los protagonistas crean lo contrario.

Absolutamente desprejuiciado, Audiard hurga en la vida de personajes al margen que habitan en lugares al margen. Marion Cotillard está en su mejor papel; las variaciones que experimenta su personaje le dan pie para exhibir un abanico de registros que ejecuta a la perfección.

Hotel Mekong

Al enterarme de que presentaba una película el ganador de la Palma de Oro de hace dos años, Apichatpong Weerasethakul (el nombre lo he copiado y pegado), he ido a verla. Estaba fuera de concurso, pero la ha presentado el director con toda solemnidad en una sala abarrotada en la que se encontraba Agnes Varda, que obviamente se ha ganado un aplauso sólo por estar ahí.

Apichatpong Weerasethakul. El nombre casi no cabe en el pie de foto.

La película en sí ha resultado lo más snob, pretencioso y fuera de tiesto que he visto en mucho tiempo. Me estaba sabiendo mal que mis ojos cedieran al sueño, pero después lo he agradecido. Conversaciones banales a la orilla del río Mekong, un sonido extraño y repetitivo de guitarra y un plano de 6 minutos del río con unas lanchas motoras paseando por él. Si alguien encuentra en ella no ya un sentido, sino algo que valga la pena, que por favor me escriba. Al final de la proyección unos cuantos han aplaudido, sospechosamente de la zona de butacas donde se encontraba el director… Supongo que el esnobismo imperante ha impedido el abucheo masivo que tal engendro merecía. La espiral del silencio a veces frustra y hace estragos.

Varios

Hoy he podido ver un mediometraje ruso, Doroga Na, que me ha sacado unas cuantas carcajadas por lo absurdo y lo insólito. He apurado el tiempo de visionado en las cabinas de cortos y mediometrajes y he tenido que salir por una puerta distinta en la que había fotógrafos esperando. De repente  uno sacaba fotos en mi dirección. Como, obviamente, no me las hacía a mí, he visto que la mujer que tenía delante era nada menos que Hiam Abbas, protagonista de El limonero, The Visitor, Zona libre y con papeles en Munich, Los límites del control y Paradise Now. Es una actriz palestina que rueda en unos cuántos idiomas, a la que admiro y que este año es miembro del jurado de Cannes. Aquí mi foto de fan hecha por mí. Me he cortado a la hora de hablarle, esto de las celebrities no es lo mío. Me pensaré un discurso a la próxima para decir de una sentada. Los fotógrafos esperaban, supongo, al resto del jurado, pero tardaban tanto que ni siquiera ver a Nanni Moretti o Ewan McGregorcompensaban mi cansancio del día, así que vuelta a mi casa de acogida, descanso y mañana, más.

Con Hiam Abbas