El Festival de La Cabina, que se presenta en Valencia entre el 8 y el 18 de noviembre, celebra el formato del mediometraje, películas de 30 a 60 minutos, en las que se concentra el valor social y el contenido emocional. Directores heterogéneos, representados en su mayoría por mujeres con diferentes bagajes culturales y personales, ofrecen a un público positivamente participativo extractos de realidades humanas interconectadas. La 15ª edición hace hincapié en el universo femenino, relatado en su dinámica más íntima y controvertida; las protagonistas de las películas entran en contacto con su propio cuerpo y con los abismos profundos del espíritu, avanzando por caminos desconocidos y a menudo poco propicios.

 

Julia (Anna Dzieduszycka) trabaja en un motel de carretera, en el que no aparecen figuras humanas, sino sólo camas deshechas y sábanas usadas, metáforas de relaciones desmoronadas y nunca consumadas. Para Julia, el lugar de trabajo, marcado por una atmósfera gris y sin luz, es la protección y la huida de sí misma, de una condición de diversidad irreversible, que no se puede contener de ninguna manera. El enanismo no es sólo un defecto estructural, es una prisión corporal y emocional que no le permite satisfacer su deseo sexual y tener una relación íntima con un hombre. Inesperadamente, conoce a un encantador camionero y cree haber encontrado por fin el amor, alguien capaz de ver más allá de las apariencias y de aceptarla tal y como es. Así que decide ponerse un vestido que le favorece, realzando su condición de mujer, capaz de tomar decisiones autónomas por sí misma y, por tanto, de ser deseada como tal. La escena de la preparación es, en este sentido, esencial, ya que subraya el primer contacto real de Julia con un cuerpo, hasta ahora castigado y reprimido. El lápiz de labios, el rímel, los colores que estos añaden a la atmósfera sombría, dándole esperanza, son los instrumentos a través de los cuales la feminidad no se crea, sino que simplemente se saca a la luz. El escote del vestido representa la carne, la piel, que por fin tiene la oportunidad de respirar. Todo parece contribuir al bien, pero algo falla: lo que parece ser una profunda conexión es en realidad un perverso juego de abusos y atropellos. Un beso apasionado, una suave caricia degenera en un brutal acto de violencia. La discapacidad de Julia, en la mente distorsionada del hombre, lo faculta para la intimidación y el control, para un deseo injusto de esclavización sexual. Sin embargo, si en un primer momento el objetivo de la película puede parecer simplemente hacer hincapié en el tema actual y conocido de la discriminación de los diferentes, el vestido presenta una estructura de contenido: la directora utiliza el tema de la intolerancia como marco para desarrollar dos subtemas significativos: la dicotomía normalidad-diversidad en el ideal contemporáneo; las consecuencias dramáticas del delirio machista sobre toda mujer, sea o no discapacitada.

Fotograma The Dress, Sección Oficial 2022

 

En este sentido, el desgarrador monólogo en el que Julia, angustiada, expresa a su amiga su deseo de una condición de normalidad ([…] quiero tener unas piernas normales, quiero tener una cara normal, no quiero ser un objeto de circo) rompe el corazón y abre la mente, imponiendo reflexiones: la película, dirigida por el director polaco Tadeusz Lysiak, invita a preguntarse cuál es el parámetro de la normalidad hoy en día, y hasta dónde llegan los modelos estéticos propuestos por la sociedad para condicionar la mirada colectiva y la sensibilidad de los individuos. Uno se pregunta también hasta qué punto la obsesión por el hedonismo y la perfección puede repercutir en la educación sentimental del individuo contemporáneo, apartándolo irreversiblemente del principio de respeto a los demás en su singularidad. En una sociedad exigente e inflexible, la mayor severidad está claramente reservada a las mujeres, cuya negativa a conformarse (ya sea deseada o impuesta por la naturaleza) se criminaliza y se castiga con el arma del maltrato o el alejamiento social. El director no elige, como cabría imaginar, a una protagonista con enanismo para victimizar su condición, ni para comunicar a un amplio público lo difícil que es para ella vivir. La intención es, de hecho, otra: subrayar cómo si es tristemente fácil para cualquier mujer normal -así definida- ser reducida a un objeto de puro placer, cómo no va a serlo para una mujer que es diferente, y por ello, aún más necesitada de tacto y comprensión.

 

Tras la violación, Julia sufre una división interior de cuerpo y sexualidad vuelven a ser enemigos acérrimos, provocando vergüenza y sufrimiento. Sus ojos lloran, el rímel corre por sus mejillas, sus pechos se cubren inmediatamente.

 

Una fotografía fría pero definida enmarca la intensa actuación de Anna Dzieduszycka, que, como representante de una realidad generalizada, atraviesa al espectador, sumiéndolo en la confusión.

 

Crítica escrita por Marta Anna Bertuna

Maestría en Comunicación de la cultura y el entretenimiento en la Universidad de Catania. Es comunicadora, periodista cultural y crítica de cine.