Albert Samama fue uno de esos hombres que, en los albores del ya viejo siglo XX, contribuyó al arte cinematográfico desde sus inicios, aportando además el mediometraje más antiguo que se conoce: Aïn el Ghazal (La hija de Cartago, c. 1924) a la historia del cine.Descendiente de una familia judía de origen español, Samama estudió en Francia y viajó por todo el mundo antes de instalarse de nuevo en su Túnez natal. En 1897 organizó en la capital tunecina, junto al fotógrafo francés Soler, la primera proyección de las recién llegadas películas de los hermanos Lumière La Sortie de l’usine Lumière à Lyon y L’Arrivée d’un train en gare de La Ciotat. Apasionado de la fotografía y el nuevo invento del cine, fue también el primero en introducir la bicicleta, el telégrafo sin cables y el primer aparato de rayos X que hubo en un hospital tunecino. Comenzó como cineasta o, como tantos otros en ese momento, como curioso observador y documentalista, filmando las primeras vistas aéreas de Túnez para trabajar más tarde como reportero para Pathé y Gaumont y los periódicos Le Matin y L’Illustration. En 1911 fue el encargado de cubrir la guerra italo-turca y después se enrolaría como reportero del ejército francés en la I Guerra Mundial bajo las órdenes de Abel Gance.
En 1922 dirigirá el cortometraje Zohra, que será la primera película de ficción realizada en Túnez. Zohra cuenta la historia de un joven náufrago francés que, tras ser rescatado por un grupo de beduinos, se ve obligado a vivir con ellos durante largo tiempo.
Finalmente, en 1924, realizará Aïn el Ghazal que cuenta la historia del amor imposible entre un profesor y su alumna a la que su padre ha prometido a un viejo jeque árabe. Traducida al francés como La fille de Carthage, esta película se convirtió en el primer mediometraje de ficción realizado en Túnez y, posiblemente, el primero en la historia mundial del cine.