Si arrojar luz sobre los trastornos mentales hoy en día es una operación valiente, saber hacerlo con respetuosa originalidad es una hazaña en la que muy pocos tienen éxito.
El mediometraje Save it, de Amira Duynhouwer, cuenta la historia de la depresión y sus consecuencias en cualquier persona afectada por ella (ya sean niños, adolescentes o adultos) utilizando su experiencia personal y el impacto que ha tenido en su vida como motor de la narración. Cuando era adolescente, la joven directora holandesa perdió a su mejor amiga, que murió por suicidio tras un violento ataque de depresión.
A través de las dos talentosas y prometedoras actrices protagonistas, Sara Afiba (que se interpreta a sí misma a los diecisiete años) y Alisa Bloemendaal (en el papel de su amiga desaparecida), evoca su pasado, el recuerdo de una época que la hizo feliz, la conciencia que la convirtió en mujer.
Delilah y Melanie son dos adolescentes unidas por una profunda y visceral amistad de por vida. Entre ellas nunca han necesitado muchas palabras; las miradas, las risas, siempre han sido suficientes para interceptar los pensamientos de la otra. Como a todas los adolescentes, les encanta vestirse de manera informal, hacerse fotos y hacer vídeos cool. Melanie lleva con orgullo una chaqueta rosa fluorescente (una metáfora de la vida y la alegría), sonríe, hace una pose y Delilah la filma con una cámara de vídeo, mostrando su orgullo y entusiasmo. Ambas aprecian y admiran la belleza y el espíritu de la otra, tanto que se sienten orgullosas y celosas la una de la otra. Los cuerpos y las almas de las dos chicas están entrelazadas, en una simbiosis, alimentándose y complementándose. La escena en la que Melanie se empeña en tatuarse la espalda, en compañía de Delilah, es el acmé del girl power sentido y deseado, que nada parece poder reprimir. Un intenso juego de luces en el que el rosa de las uñas se funde con el azul de la ropa, y el marrón oscuro de los ojos con la claridad de la piel, enmarcando a las dos protagonistas como en un pintura.
«Parecerme a ti es todo lo que quiero», dice Melanie con voz débil a Delilah, que le devuelve una sonrisa dulce y tranquilizadora. Las bellas penumbras utilizadas crean una atmósfera veladamente erótica, en la que la conexión física y espiritual trasciende cualquier etiqueta social. Nada parece socavar una relación sólida, renunciar a un camino juntas está fuera de discusión. Sólo un mal oculto puede interponerse entre las dos cómplices, haciendo que sus planes comunes se esfumen. Un día Melanie llama a Delilah y la insta a acudir a una fiesta, pero ella se niega, quejándose de un misterioso dolor de cabeza. Pero Delilah no está convencida, se da cuenta de que algo va mal y decide llegar al fondo del asunto. En un conmovedor intercambio entre ambas, la verdad sale a la luz: Melanie sufre de depresión, siempre lo ha mantenido oculto, nadie se ha dado cuenta. La directora utiliza la confesión de Melanie para informar al espectador sobre la naturaleza silenciosa de la enfermedad, no perceptible para los que la rodean.
¿Cómo puede acechar un germen tan maligno en el más puro de los corazones? ¿Cómo puede una adolescente alegre, rodeada de afecto sincero, sentir una sensación tan profunda de soledad y sufrimiento en su interior?
La chica describe su estado como «un barco perdido en el mar desde el que no se ve tierra», un enorme abismo en el que sólo se tiene el deseo de desaparecer. No tarda en llegar la noticia del suicidio de una joven de 17 años, que ha muerto bajo un tren. Al igual que el sentimiento por Melanie nunca ha sido expresable con palabras, tampoco lo es el dolor de la separación de ella: de hecho, la protagonista aparece bajo una lluvia perpetua que la baña con la misma agua en la que se ahogó su mejor amiga. Sin embargo, lo que parece ser el final para ambas, físico para una, espiritual para la otra, es en realidad el advenimiento de un mundo onírico, utópico, en el que no hay maldad, sino sólo abrazos, sonrisas, finalmente liberados de la presencia inminente de la enfermedad.
A pesar del evidente dramatismo del epílogo, la obra de Amira Duynhouwer es un canto a la vida, una ventana de luz en una habitación oscura, una concentración de gracia y energía positiva en la que la amargura de la realidad encuentra consuelo en los sueños. Durante su funeral, el espíritu de Melanie aparece junto a Dalila: las dos bromean, se ríen del extraño sacerdote, nada parece haber cambiado. Melanie no está muerta, sólo se ha transformado en una figura luminosa, un ángel salvado por el vínculo inmortal de la amistad.
A pesar de haber experimentado el dolor de la pérdida de primera mano, Amira Duynhouwer consigue dar la vuelta a la perspectiva, convirtiendo una atmósfera lúgubre en un cuadro de esperanza, eligiendo el arte como herramienta catártica de redención.
Crítica escrita por Marta Anna Bertuna
Maestría en Comunicación de la cultura y el entretenimiento en la Universidad de Catania. Es comunicadora, periodista cultural y crítica de cine.