Con Les Vertueuses, de Stèphanie Halfon, el cuerpo, los cambios y las dificultades que atraviesa, vuelve a ser el centro de atención. A diferencia de “The Dress”(en la que hicimos una crítica aquí) en la película del director francés, el cuerpo no está «aprisionado», sino vinculado por un pudor excesivo y malsano.

Etel es una niña de nueve años perteneciente a una comunidad jasídica de París que se rige por estrictas normas de comportamiento. La protagonista es mujer, ha nacido para ser esposa y madre, y su primera menstruación, por precoz que sea, representa el rito de iniciación a un camino vital ya escrito. Para los miembros de la familia y los restantes miembros de la comunidad, la pubertad implica cargas precisas: el cumplimiento de los deberes domésticos, la exclusión de las reuniones de la comunidad y la prohibición de mantener relaciones sexuales con el cónyuge durante el periodo impuro en el que el útero no es fecundable. Sin embargo, en un entorno idílico de sólidas certezas, de coloridas celebraciones al ritmo del mazel tov, Etel se siente inquieta, «atacada» por un cuerpo que cambia rápidamente y cuya dinámica se le escapa. La sangre es el elemento de la división: genera asco y repugnancia, pero al mismo tiempo debe ser apreciada, tal y como asegura el proceso natural de reproducción. El desarrollo físico de Etel no es un asunto privado, sino, por el contrario, un asunto de interés público que toda la comunidad comparte y se compromete a preservar.

 

Etel se dio cuenta de la mancha en su camisón después de encontrarse accidentalmente con un vídeo pornográfico. La elección narrativa de la coincidencia de los dos episodios no es casual: Etel interpreta los acontecimientos según los códigos que se le han dado y teme que haya una correlación entre ellos de la que es responsable. La sexualidad prohibida ha engendrado la inmoralidad y la contaminación de la pureza a través de la hemorragia; hay que deshacerse de ella rápidamente, pero no porque sea prematura y, como tal, potencialmente perjudicial para la salud, sino porque es sucia, un impedimento temporal para la procreación, el único propósito del coito.

En su primera visita ginecológica, una ilustrada doctora insta a Etel a someterse a un tratamiento para retrasar la pubertad, evitando así las consecuencias negativas durante el crecimiento. La invitación del médico está orientada al bienestar de la protagonista, pero su madre Myriam se opone porque detener un curso biológico es una ofensa a Dios. Dado el contexto de origen, la respuesta puede no sorprender al espectador, pero no le exime de la perplejidad y el velado desconcierto. Mientras se esfuerza, de hecho, por adherirse a la mentalidad de un culto complejo y difícil de compartir, es en realidad en el mismo precepto teleológico donde el director, a través de imágenes y diálogos significativos, traza la contradicción subyacente: ¿Cómo puede algo natural ser considerado impuro? ¿Cómo puede coexistir el don divino con la vergüenza?

 

El enfrentamiento entre la joven protagonista y la ginecóloga es, en este sentido, una revelación en varios frentes: el vídeo pornográfico no produjo en absoluto la hemorragia, ni desencadenó el castigo divino; lo que le ocurrió es totalmente natural, sólo que prematuro. Se suprime la dicotomía ficticia de sexualidad prohibición-sangre y se remontan los acontecimientos a su verdadera causa científica. Lo que parece ser una simple charla médico-paciente se convierte en una conmovedora absolución mutua de faltas nunca cometidas. Las lágrimas fluyen libremente, reclamando la misma sangre menstrual a la que no se le ha concedido el derecho de manifestarse sin despertar repulsión. Al final, Etel decide someterse al tratamiento, ejerciendo, por primera vez, su derecho legítimo sobre su propio cuerpo.

 

El momento en que Etel, tras comunicarle a su madre su decisión, se sumerge en la mikveh es una escena de altísimo valor directoral. La inmersión de Etel en la bañera no tiene, como sanciona la Torá, un valor purificador, sino un propósito de emancipación y redención y, por tanto, es sensacional. Una maravillosa fotografía en la que el azul de la piscina, la fuerza envolvente del agua y la pureza de la piel de Etel se funden en una única solución poético-artística. El abrazo de Etel y Myriam con el que se cierra la película va mucho más allá del afecto entre madre e hija; es, de hecho, el símbolo de una solidaridad intergeneracional en virtud de la cual las mujeres luchan por su autodeterminación.

 

La película tiene una progresión rítmica muy medida, en la que los momentos de profundidad e introspección de su núcleo no lastran el visionado, haciéndolo disfrutable desde el primer minuto hasta el último. A pesar de las evidentes grietas en la estructura familiar, Etel es una niña serena, sinceramente querida por quienes la rodean, inmersa en una atmósfera de luz y bienestar que el director enfatiza mediante el uso de imágenes y música alegres. Sólo el encuentro con una figura femenina ajena a la familia y a la comunidad a la que pertenece la lleva a un nuevo nivel de conciencia: el sufrimiento y la rebelión son condiciones necesarias para la autoafirmación.

Les Vertueuses es una delicada y poderosa historia humana que narra la dolorosa y heroica transformación de una niña en mujer, y el orgullo de la realización autónoma del camino del crecimiento.

 

Crítica escrita por Marta Anna Bertuna

Maestría en Comunicación de la cultura y el entretenimiento en la Universidad de Catania. Es comunicadora, periodista cultural y crítica de cine.